Febrero 2012
Bitácora iniciada el 19 de enero del 2012 y semi concluida el 18 de febrero y dada por culminada el 22 del mismo mes.
Adentrándome a nuevos conocimientos.
Uno siempre cree haberlo escuchado todo, visto todo e inclusive vivido casi todo o gran parte del todo, pero de pronto inexplicablemente te encuentras con diversas realidades que siempre estuvieron ahí solo que uno no se toma el tiempo para divisarlas. Par poder explicar el porqué de este, llamémoslo “mal llamado” ensayo es menester remontarme a la tranquilidad dígase entre comillas de la primera niñez.
Muy a mi pesar o tal vez por una gran y nada arbitraria suerte, mucho del bagaje emocional que se plasmó en mi infancia ha sido suturado y puesto en el olvido. Pero aún quedan rezagos de aquella inocencia que se supone confluía por ahí en los años 80´s y principios de los 90´s.
Nunca fui muy apegada a lo normal, eso decían y hasta ahora eso dicen, aunque ya no con tanta firmeza. De niña fui pues no quisiera decir “rara” porque sería muy dramático y para ese entonces el drama no había llegado hasta mí como lo ha hecho en estos últimos tiempos, pero sí un tanto diferente. El caso es que durante mi corta infancia, porque ocho o nueve años que en ese momento literalmente eran toda mi vida por más que ahora se ven como un lapso tan corto en el tiempo, no tuve interés alguno en construir lazos de amistad o de apego, a nadie que no sean mi familia e inclusive ahí tuve inconvenientes.
Por mi mente se cuelan recuerdos vagos de mi iniciación en el absurdo régimen educativo, mis padres buscando el mejor colegio, yo sin saber todavía a lo que me atenía ya que jamás estuve en guardería ni otro recinto que se le parezca, siempre más bien (dispénseme del mal uso del lenguaje), me encontré bajo las faldas de mi madre, porque en ese entonces yo recuerdo que mi madre sí usaba faldas. Como decía, me encontraba yo tan feliz viendo aquellos lugares donde había sillas pequeñitas pequeñitas, no como las de mi casa y donde había llantas negras aprisionadas con unas cadenas y que se columpiaban que luego supe que a ese artilugio le llamaban columpio. Después de varios intentos frustrados no sé cómo es que caí en un colegio tal, ese de monjas, que no lo sabía aún pero con el tiempo me iba a dar cuenta que ahí se manejaban dos discursos en uno, a los cuales me resultaba un tanto difícil atenerme y más si yo tenía el mío propio.
Alumna ejemplar no fui, pero tampoco hubo quejas exageradas de mi comportamiento. Neutral más bien por no usar el despectivo “mediocre” que me atormenta. Con respecto a las relaciones sociales, seguí el mismo patrón de un principio: pocas amistades, muchos conocidos que me sonreían pero que se me informaba hablaban a mis espaldas y no con malicia, solo discutían sobre mi rareza. Qué conflictos se hubiesen ahorrado si tan solo se hubiesen acercado a preguntarme así de frente sin más, sobre lo que les perturbaba de mi actitud.
Aquí un paréntesis; ya con una “conciencia moral” que se fue forjando en mí como una lama a la sombra de los valores familiares y el instinto humano que “caracteriza a los humanos”, tenía más o menos idea de lo que era el bien y el mal. Con este antecedente la lucha empezó; porque se decía que la Iglesia y sus entenados religiosos (léase curas y monjas), tenían la verdad absoluta, única y real; quise atenerme a sus convencionalismos pero con ciertos procederes me hacían dudar de su única y absoluta verdad, aclarando que no hablo específicamente de Dios como verdad absoluta, si no la doctrina impartida. En este punto me apremia precisar que no soy atea ni agnóstica ni borrega a pesar de que los comentarios a posterior vertidos pueden parecer lo contrario.
El caso es que no entendía eso de que este dios era un ser benevolente, que estaba en todas partes y sabía todo lo que hacía, y que si me portaba mal o infringía su ley sería castigada con el infierno. Y al instante final del discurso preparado cada mañana antes de iniciar clases llamado “Meditación” yo me preguntaba: Si se decía que este dios estaba en todas partes y sabía todo lo que hacía, significaba que él tenía conocimiento del mal comportamiento o pecado de un humano y además del castigo que éste (el pecado, no el hombre) conllevaba, entonces no entendía; por un lado, quien era el que enviaba al infierno. No podía ser él, ya que se llenaban la boca diciendo que es un ser benevolente y segundo que si no podía evitar que se le pringue a uno con el fuego infernal, entonces porqué no se materializaba como dicen que disque antes hacía y le decía a este pobre humano que no haga mal porque sufriría? Ninguna respuesta. Solo después de un tiempo supe o más bien intuí o me imaginé, que a ese silencio de dios se le daba el nombre de “libre albedrío”, frase que resume a la idea de que: el ser humano tiene la potestad de hacer lo que él quiera a diferencia de los animales o las plantas, que cumplen una función dada a ellos por el instinto o simplemente por la idea misma de ser; al contrario, el ser humano con el don de la inteligencia insuflado desde su nacimiento pero que no lo pone en práctica si no a posteriori, tiene la facultad de decidir sobre sus actos. Pero lamentablemente esta facultad de decisión no lo abstiene de que si no cumple la ley celestial sea castigado, entonces que estupidez de don se le ha entregado?
Otra cosa que no me quedó clara es eso de que los curas y monjas se casaban con su dios, pero luego decían que la poligamia y las desviaciones sexuales eran pecado. Entonces ellos estaban en pecado? Pues no, a dios y a ellos no se les aplica esta ley y entonces, no se supone que estábamos hechos a imagen y semejanza? Incongruencias.
Y también estaba eso de que en varias partes de la biblia a modo de anécdotas se decía que dios pedía a un pobre mortal cosas incoherentes. A veces pedía que matase a su hijo por él, como le sucedió a Abraham, el pobre mortal, cegado por el amor filial y yo diría obtuso hacia su dios llegaba hasta las últimas consecuencias. O eso de ponerse a jugar con el mismo satán a una lucha de fuerzas mediando con la vida del pobre Job, dejándolo en la inopia, sin riquezas y peor aún, sin hijos solo para demostrarle al insignificante pobre diablo que él tenía más músculo, reivindicándose después con Job entregándole “otros” hijos, cómo si ellos pudieran suplantar a los anteriores. Y que se puede decir de los castigos perennes a los hijos de Israel, descendientes del mismo Dios, si tanto los amó porqué hacerles pasar por tanto contubernio? Dios benevolente?
Continué a lo largo de los “tiempos dolientes” con mis pensamientos de hereje, pero para no escandalizar supe disfrazarlos con vendajes de parsimonia y de obediencia, ahí empecé el curso gratuito de hipocresía emprendido por mi interior como salvaguarda de mi patrimonio personal y único, yo misma. Cuánto me costó por un lado acostumbrarme a practicar la “doble moral” impuesta por la institución y por otra en las noches pedir perdón con oraciones de contrición a mis propias convicciones por faltares de esa forma.
Seguí entonces atestando golpes fatuos contra mi propia vida y de pronto descubrí un punto de fuga. La teatralización. Qué sorpresa! Qué alivio poder mentir sin tener que luego arrodillarme a suplicar avesmarías, esto sí es lo mío! Y una vez fui madre, y otra vez fui tía, en otra ocasión Hécuba y en otra ninfa, y me fascinaba y les fascinaba, o por lo menos eso parecía. Ya no era la chica rara, ya no pasaba desapercibida, ya no sentía las burlas tan fuertes, éstas se habían atenuado. Entonces supe que debía hacer de este placer mi subsistencia.
Salí de la prisión luego de una condena de 13 años con ansias locas de enrumbarme a una vida de mentiras permitidas, pero las ganas se me fueron apaciguando cuando entreví que la familia, amigos, conocidos, la mayor parte de la sociedad y algo del mundo en general, se negaba a que perdiera mi tiempo con esas banalidades y esperaban sea una persona de provecho, es decir que vaya tras el lucro mas no tras de los ideales.
Punto de quiebre. Ya habían aparecido otros atrás, pero este afectaba de forma directa a mi porvenir, empecé un concilio con mis padres y en ese tira y afloja acordamos mi futuro. Yo lo decidí, no puedo echarles la culpa, fui yo quien se puso sola la soga al cuello o la navaja a la aorta. Negada la posibilidad del histrionismo, busqué en mi interior un algo para lo que fuera buena y aplicarlo a lo cotidiano. Como siempre estuve muy cerca del arte y bueno quien no si en estos tiempos “todo” es arte, pero específicamente estuve muy apegada a la pintura y escultura y la historia del arte, enrumbé mi existencia hacia ese espectro. Como sufro del mal de manos torpes y de creatividad lenta, no me era posible convertirme en artista así que opté por ser conservadora (entiéndase preservadora de bienes artísticos y no de ningún partido político), no tenía madera para ser el enfermo entonces decidí ser la cura (dispénseme mi pedantería, normalmente no soy así).
Qué hermosos tiempos fueron aquellos, qué sentimientos tan entrañables me acariciaban el alma al poder tener entre mis manos obras de hace 400 años y más, subir por esos recovecos donde solo el Espíritu Santo con algún clérigo habían pasado, ojear libros corales imaginando cómo debieron ser aquellas misas de antaño. Y de pronto me doy cuenta que la vida se porta un tanto irónica conmigo. Yo que huí de la doctrina clerical, que me impuse ante mi querida madre católica apostólica y romana y le dije un día que simplemente decidí no ir más a las misas del domingo; me encontraba yendo a diario a las Iglesias, escuchando al día tres o cuatro misas con los mismos cánticos y con las mismas beatas que cada día ponían la velita a su santo implorándole las escuche y este se quedaba en la misma postura hierática sobre su peana.
Proseguí así con altibajos, días de trabajo, meses de haraganería; a fin de cuentas aún era una estudiante y esa era mi labor fundamental. Pero de pronto un día eso se acabó. Tesis de graduación: “Iconografía de los santos patronos de los gremios de Quito”. Cómo me gustaba la historia de los santos. “La Leyenda Dorada”, de Santiago de la Vorágine fue como una novela para mí, él y los autores que usó de referencia, debieron tener tanta imaginación para describir así sin reservas los escarnios, afrentas y martirios que sufrían los pobres hombres que abrigaban santidad.
Y sin más empecé a ser tan solo una estadística, un porcentaje de las personas económicamente activas, si con eso se quiere maquillar la cárcel que implica el trabajo. Ahora ya no era tan fácil haraganear; si bien no percibía de mis padres con los cuales vivía y actualmente continúo viviendo, una hostilidad frente a mí al no tener que hacer, me sentía y aún lo sigo sintiendo que les debo mucho por todo la inversión que hasta ese momento y aún continúan depositando en mí.
La frustración había sido un alma quisquillosa que siempre me rodeó, desde que no podía decir lo que sentía por miedo a las llamas del infierno o al qué dirán, mal que lo traje no sé de donde, hasta estos instantes, en los que no logro el éxito ese del que tanto se habla y mucho menos ese tan anhelado y por ello mismo tan inexistente bien vivir. Meses de trabajo mal pagado, meses de miseria, meses de inmundicia. En esos lapsos de tiempo me preguntaba que hubiese sido si me iba contra todos y luchaba por mentir con diligencia o sea actuar, o por el contrario me dejaba llevar por los consejos que nunca faltaron de que me aleje de las carreras humanistas y sea más pragmática; pero al rato despertaba y me encontraba con carpeta en mano golpeando alguna puerta ofreciendo mi trabajo esperando no ser timada por cuanto estafador existe en mi profesión. La frustración y la impotencia iban arraigándose en mi interior y haciendo mella en mi alma, en mi conciencia y en mi, por ser un poco cursi, corazón. Y así continúe transitando. Tal como había alegrías, también se dibujaban penas pero continuaba, llorando a veces frente a todos sin poder contenerme y otras mordiendo la almohada para no incordiar.
Y de pronto otro punto de quiebre, otro quiebre total y único, el más doloroso que hasta ahora he podido experimentar y que ni si quiera puedo nombrarlo y que hasta la fecha de hoy no puedo superarlo; que se me quiere escapar el corazón al siquiera pensar en escribirlo. La muerte de mi hermano.
Como ya lo he dicho antes, no soy atea pero tampoco sierva. Hasta ese momento yo tenía una especial relación con Dios, Él era de esas personas que un día un ser querido te presentó y conociste y te agradó, que sabes que está ahí pese a que no lo ves, que aprecias mucho, que en ocasiones hablas con Él y que todo el tiempo tienes en mente. No estaba de acuerdo con la Iglesia, por toda la farsa que había presenciado en mi primera etapa de vida, me parecía algo un tanto ridículo tener que repetir una y otra vez las mismas oraciones como si se tratara de un trabalenguas, me desagradaba ver y escuchar a los penitentes golpeándose el pecho una y otra vez sin ver una real comprensión de lo que decían, me dolía tener que celebrar y rememorar la crucifixión y muerte de alguien. Pero eso no quería decir que no me encontrara en fascinación y éxtasis con este Ser Superior que sin conocerlo lo amaba y aún lo amo pese a no comprenderlo; y no lo comprendo porque mi formación me hizo pensar que Él era el encargado de regir y regular todo en esta vida, que es Omnipresente y que solo quiere lo mejor para nosotros; y entonces surgían las recriminaciones. Si estuvo ahí en el momento del accidente, porqué no hizo nada? Qué bien puede ocasionarme que me arrebate a alguien tan querido? Cómo puedo resignarme a verles a mis padres como un contemporáneo Job? Con qué se supone iba a subsanar las heridas que nos dejó? A mi hermano no lo remplaza nada ni nadie! Y se lo reproché, así igual que Job y me consumí igual que Job, y continué igual que Job y aquí estoy esperando algún día conseguir un poco de consuelo al igual que Job.
Lo bueno es que pese al discursillo convincente no me lo creí y simplemente pienso que hay que dejarlo descansar al pobre Dios, ya suficiente tiene con estar pendiente de las habladurías que se traban sobre Él para tener que estar en todas partes cuidándonos o castigándonos. Y por ello no puedo guardarle rencor o por lo menos eso intento.
En la aflicción que me encontraba por el facto antes mencionado necesitaba vaciar mi mente de pensamientos y vaya que es una tarea ardua, difícil y por decir lo menos im-po-si-ble. Entonces tomé la segunda opción, si no puedo dejar de cavilar y dar vueltas las ideas en mi cabeza, llenar mi mente de otros pensamientos, para así saltar el obstáculo de rencor, furia, tristeza, bajón, y mas ayes que me constipaban.
A todo este paripé en que se convirtió mi vida, el de sentirme frustrada con mi trabajo que pese a que me gustaba no era rentable, el no haber cumplido algunos de mis sueños en tablas, el no saber cómo consolar a mi madre que por ironías de la vida se llama Consuelo; tuve que pasar por otro nefasto luto, el de perder a mi pareja, mi complemento.
Entonces cuál fue mi decisión de subsistencia? Pues simple, ponerme un obstáculo gigante, enorme, y si exagero inconmensurable, tan grande que me ocupe el tiempo en intentar filtrarme por él. Algo que me agobie tanto que aunque sea por momentos me sustraiga de la realidad. Y aquí estoy, transitando por una carrera que en lo más mínimo me identifica, que de mí en un principio pensé no tenía nada y que me ha costado harto.
Y es aquí cuando uno se pregunta, que de verdad es eso del destino, o todo tiene que ver simplemente con el azar, pero en cualquiera de los dos casos estoy aquí, en un principio solo con la intención de rellenar mi mente de información para no pensar en otras cosas pero poco a poco voy interesándome, tal vez no al mismo nivel de los otros pero a mi ritmo voy (y no quiero sonar pretenciosa) produciendo y creando ideas propias o por lo menos intentando hacerlo. Es aquí cuando regreso al principio, es decir eso de que uno cree que casi todo lo ha visto y escuchado pero que no es más que una ilusión que ahora de cierta forma se quiere pintar como realidad.
Ahora estoy aquí o mejor dicho soy aquí, la misma de antes, con mi “trastorno límite de la personalidad” pero distinta, viviendo una vida que siento no es mía pero que no me disgusta del todo, luchando campalmente en mi interior, conociéndome y desconociéndome con cada paso, recordando a veces y devastándome por completo, cicatrizando y fluyendo otras tantas.
En este auto-reproche en el que se ha convertido este escrito llegó el punto en que me pregunto si soy una buena persona o no, pero a fin de cuentas no sé si realmente quiero serlo. Hay momentos en que el altruismo se acobija conmigo, pero hay otros en que la perversidad emana de cada uno de mis poros; lo cruento es que esto suele suceder a veces en un mismo instante y ello me lleva a tener auto-discrepancias y el riesgo de poder ser etiquetada como poco social (antisocial no, ya que me es imposible serlo porque soy sociedad y como podría negarme a ser yo misma y estar en contra de mi misma), y esto me abruma, me subleva ante mí yo.
No he robado, o por lo menos no a manos llenas, tal vez en la adolescencia me sustraje algo sin necesitarlo, por el simple hecho de querer comprar un poco de peligro, de emoción. Y también me imputo el querer robarme el tiempo, para detenerlo, para domarlo pero sin ninguna posibilidad a mi favor.
No he mentido…. (aquí hasta se me cae la cara de la vergüenza). Corrijo, he mentido tan solo lo necesario, no las llamaré mentiras piadosas, sino más bien verdades a medias o verdades contrarias. Pero qué de malo puede tener el mentir de vez en cuando. Si no hubiesen existido mentiras, no tendríamos leyendas, ni gestas libertarias, ni Manuelas, ni Lacaontes, ni San Pedros ni estigmas; porque el exagerar la realidad es también una forma de mentir.
No he matado a un ser humano aún, o al menos eso parece; porque si destrozar el corazón y más que el corazón como músculo torpe de circulación, destrozar la psiquis, el sentimiento, eso que segrega el hipotálamo se lo puede subir a la categoría de crimen, pues entonces me acuso de asesina y reincidente.
Entonces bajo todas estas objeciones, debo considerarme moral o inmoralmente aceptable? Soy acaso una buena persona, cándida y sosegada? O más bien todo lo contrario, un ser vil, calculador, maniático y dominante? Pues me temo que en mi se cuecen ambas, soy yo y no lo soy, soy la perversidad y la virtud, amalgama de una ira y sumisión contempladas con lasciva transición.
(Lamento la extensión de la palabra, hace rato que no escribía)