Mientras uno va desarrollándose en la vida, conoce seres que incluso cuando no están, están. Mismos rostros, (bueno tal vez no en lo físico pero si en la esencia), mismas voces, (bueno tal vez más carrasposas), mismas miradas, (bueno tal vez más arrugadas). En fin los mismos pero tan distintos que todavía nos reconocemos irreconocibles.
Y aún cuando los encuentros sean un tanto acometados (fugaces y esporádicos), es interesante saber que la imagen de su luz perdura a través de los distintos tiempos y las distintas vidas y es más cautivador aún, saber que esta ilógica cenestesia incorpórea, es la que nos permite seguir siendo lo que somos: amigos.
Varios círculos me envuelven, varios grupos, varias presencias, todas ellas aportando cúmulos de alegría, enseñanzas y distracciones. Conocer a quien conocí y cada cierto tiempo reconocerlo y reconocerla y cada cierto tiempo reconocerme a mí en él o ella, hace de este sentimiento, de este estado, de esta espiritualidad llamada amistad, un algo tan valioso, un "precioso", un milagro.
En estos tiempos (y en cual quier otro la verdad), quisiera dar un obsequio que perdure, quisiera demostrar mi legítimo cariño, quisiera dejar aunque sea una brizna de recuerdo para quien yo recuerdo. Fácil (bueno ni tanto) sería comerciar la amistad y entrar en gastos con grandezas o pequeñeces que puedan o no gustar a quien recibe. Pero quise más bien dar algo hecho con mis manos. Cuando pensé y pensé que podía ofrecer, casi me siento a llorar al ver que mis torpes manos no saben hacer nada bello... ni rico. Entonces empecé a unir y coser estas palabras esperando lograr algo lindo, algo de corazón, algo que demuestre todo mi amor por cada uno de ustedes.
Y aquí estoy... terminando este escrito, esperando que quien lo lea se sienta identificado y lo atesore como el presente ofrecido a mi buen amigo/a.
Y aquí estoy... terminando este escrito, esperando que quien lo lea se sienta identificado y lo atesore como el presente ofrecido a mi buen amigo/a.