martes, 15 de septiembre de 2015

El que quiere celeste que le cueste.

Hago alusión a este refrán con tristeza, dolor, impotencia y sobre todo temor.
En estos últimos tiempos Quito se ha despertado e incluso ha tenido intenciones de retozar con un cielo "límpido en su celestura". Un cielo pomposo, en el que se anteponen las cúpulas y picos de las iglesias para que fotografos nacionales y extranjeros,  profesionales y noveleros se lleven un recuerdo de estampa.
Pero es Quito, con esta falta de nubes y lluvias (propias de estas épocas en septiembres pasados) el co participe de tan nefasta experiencia.
La ciudad arde. Se quema, nos quema. La quemamos. Nos quemamos. Estamos frente a un suicidio, porque si la ciudad la hacen los ciudadanos,  es una especie de inmolación.
Q vengan las aguas. Q la ciudad se oscurezca, mas con lluvia de agua purificante de las alturas y no con ceniza asfixiante de las entrañas...

¿Qué huella dejamos a nuestros hijos?

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