jueves, 19 de septiembre de 2019

Los falsos verdaderos o la verdadera falsedad

En el libro La aventura de la información. De los manuscritos del Mar Muerto al imperio Gates,  Ramón Alberch y José Ramón Cruz, hacen referencia a “Los documentos falsos: Falsarios y falsificaciones que han hecho historia” e inician este capítulo con el significado del concepto de lo falso o la falsedad, a continuación hacen un recorrido por los  aspectos de los documentos: sus falsarios, el delito y sus condenas a través del tiempo, y exponen, cómo disciplinas tales como la diplomacia o la documentoscopía van en busca de atestiguar la verdad.

Los autores comienzan su discurso con la frase  “lo falso no es auténtico pero puede ser verdadero”, la cual evidencia hacia donde se dirige este texto. Un documento puede contener una verdad, una realidad, algo que existe y es;  pero este mismo puede ser o no original, es decir que si se determina que es una copia y se le quiere dar por original, pese a la verdad que arguye, este es considerado falso. 

La historia se ha erguido sobre documentos que son testigos de lo sucedido en determinado tiempo y  lugar, ganando con ello un valor incalculable; esta información es útil en varios campos y para diversos fines. Por tal motivo, estos documentos se ven expuestos a sufrir adulteraciones por variadas razones, siendo el factor monetario la más común.

Los autores evidencian la importancia de la escritura y los documentos desde su nacimiento por el 4.000aC; argumentan que existían personajes llamados escribas, quienes se encargaban de redactar tratados, escrituras de propiedad, registros y todo tipo de documento social o administrativo, para una comunidad que en su mayoría era analfabeta. He aquí que se demuestra el poder de la escritura, pocos eran los privilegiados presentándose como salvadores o inquisidores en cualquier aspecto de la vida cotidiana.

Alberch y Cruz, presentan casos de cómo desde las sociedades más antiguas, se hacían de signos que distinguiesen sus documentos, dándoles un tipo de autenticidad y dificultad para la falsificación;  y cómo estos pueblos, para que sus documentos no sufriesen algún grado de alteración, los confinaban en templos a vista y protección de las divinidades y de los sacerdotes que debían custodiar estos tesoros. Entre estas se refieren al templo Metroon en la ciudad de Atenas y al Tabularium en Roma, que protegían documentos tanto públicos como privados. Para la sociedad de ese entonces el tener sus documentos al resguardo de los dioses podría parecer algo seguro, no obstante podía existir la presencia de personas que no tuviesen miedo o respeto por los custodios y sus divinos castigos. A aquellos que cometiesen el delito de falsificación en la antigüedad, se les condenaba ya sea con la deportación, confiscación de bienes, trabajos forzados e inclusive, con pena de muerte, todo ello según el rango social que tuviesen.

Otro momento importante en la historia que manifiestan los autores, es la caída del Imperio Romano “que dio lugar a la disgregación de Europa en pequeños e inestables reinos feudales”, pasando de un Imperio donde existía mano de obra esclava y un comercio entre Roma y otras ciudades, a un sistema disperso, en el que reinaba el feudalismo, con una servidumbre como mano de obra y la prácticamente desaparición del comercio. Sin una producción mercantil extensa, los documentos administrativos empiezan a caer en desuso, mermando la realización de contratos, escrituras o cualquier tipo de trámite escrito. Con ello las sanciones también aminoraron, se decreta la Lex Romana Visigothorum que  dicta “la pena general de amputación del pulgar derecho, azotes y marcas infamantes, que en caso de testamento conlleva la adicional de devolución de bienes y beneficios”. Sin existir una fuerte actividad administrativa, la labor de custodiar los documentos la dejan a los monasterios y claustros.

La inestabilidad latente en estos siglos por las guerras entre reyes o las invasiones hace que los archivos terminen quemados y destruidos, destruyéndose a la vez las leyes, registros, contratos y todo lo que pudo estar presente en ellos. Alberch y Cruz nos dicen que: “...para recuperar las escrituras perdidas se recurre a los documentos reescritos o rehechos, que son reconstrucciones elaboradas en principio sin intención de fraude y muy numerosas hasta el siglo XI.”

Con ello queda dicho que mucha de la historia que nos llega a nuestras manos puede no ser la original, es decir el documento no es auténtico, pero por haberse transcrito igual o de similar manera en cuanto a su contenido, esta, la historia, sí es verdadera. Pero ocurre también que en estas transcripciones, muchos datos pudieron ser omitidos o lo que es peor aumentados y/o corregidos según beneficie a alguien. 

Para contrarrestar esta transgresión como ya los autores lo han dicho, se colocaban signos, sellos o marcas que autentifiquen un documento, pero estos podían ser vulnerados, es por ello que nace la Diplomacia, que se encarga de 

“estudiar a los documentos en sus aspectos formales: el tipo de soporte (barro, cera, pergamino, papel…), las formas de la escritura y los medios para registrarla (buril, pluma, maquina…), así como las partes y fórmulas empleadas en la redacción, y los signos que los acompañan (sellos y marcas), todo ello con la finalidad -entre otras- de reconocer y discernir los auténticos de los falsos.”

Para el siglo XIII con el surgimiento de la burguesía y el requerimiento por parte de esta de documentos nobiliarios, genealógicos y certificados de abolengo que avalen su linaje, los autores nos dicen, acrecienta la falsificación y los medios para combatirla también se desarrollan, mejorándose los procedimientos, las medidas de seguridad y “la especialización de los tipos documentales de acuerdo con la naturaleza de los actos que recogen”. Las penas continúan aminorando en algunos casos solo a multas o  cárcel, por ello el fraude se acrecienta y se extiende incluso a otras áreas fuera de las administrativas o públicas como por ejemplo la literatura. 

Con la Revolución Francesa, dicen los autores que se contrarresta la falsificación, al declararse la República en 1793, derogando todo documento antiguo que perdieron su valor y fuerza, quedando para ser recurso de investigación histórica. Es a partir de estas fechas que los escritos documentan gestas heroicas, o fabricación de mitologías que permitirán darle un espíritu a estos Estados nacientes.

En el siglo XX el fraude documental toma más cuerpo, “los delitos de falsedad en documento mercantil y en documento público acompañan los escándalos financieros y políticos tan abundantes en la época contemporánea.” Las técnicas de fraude mejoran y son más sofisticadas, mientras más necesarios se vuelven los documentos, más susceptibles a ser transgredidos, inclusive la disciplina para comprobar una falsificación cambia, a más de la diplomacia, surge la documentoscopía que cumple casi las mismas funciones. Pero el leitmotiv del falsario, nos dicen los autores, no ha cambiado y continúa hasta nuestros tiempos, y es el querer beneficiarse de manera ilícita muchas veces a costillas de incautos.

El Ecuador no ha estado exento de grandes fraudes o falsificaciones documentales, algunas posiblemente sin culpa o carácter de lucro, como la Historia del Reino de Quito del padre Juan de Velasco, que a palabras del historiador guayaquileño, Efraín Avilés, “es improbable y poco documentada, pero ese esfuerzo primigenio es notable”. O las falsificaciones que últimamente son parte de la comidilla diaria, como el título falso de Pedro Delgado, o la falsificación de certificados de votación, entre otras. 

Bibliografía

Alberch, Ramón y José Ramón Cruz Mundet. 2004. “Los documentos falsos: falsarios y falsificaciones…” en  La aventura de la información. De los manuscritos del Mar Muerto al imperio Gates. Madrid: Alianza Editorial. 29-54.

Diario El Universo, “Efrén Avilés: Ecuador vive de mentiras”, Domingo 06 de junio del 2004,  http://www.eluniverso.com/2004/06/06/0001/261/B047888F7F2148BD83E3D80C0FEAAD71.html

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