martes, 6 de octubre de 2020

Mi realidad con las tecnologías: una relación amor odio.

Recuerdo aún, cuando en la universidad me enfrenté por primera vez a una, por decirlo de alguna manera, verdadera biblioteca. Antes, de colegiala posiblemente debí haber tenido contacto con algo parecido, pero definitivamente no hizo mella en mí ya que no lo tengo registrado en mi memoria. Así mismo recuerdo que los profesores eran verdaderos dioses, conocedores de la verdad única y absoluta, que depositaban sobre unas mentes libres y moldeables, todo su conocimiento; conocimiento adquirido a través de años de estudio e investigación.


Estos seres merecedores de todo el respeto del alumnado, nos animaban a investigar en libros que ellos proponían y que eran parte de su cátedra. Uno como estudiante no hacía más que buscar en unas obsoletas computadoras de la biblioteca que a cada rato se colgaban, ya sea el título de la obra, o el nombre del autor, o alguna palabra clave. Si corrías con suerte, encontrabas a la primera el libro requerido, en ocasiones se debía insistir al siguiente día porque el “software” colapsaba y en otras, esperar hasta la siguiente semana ya que el libro había sido ya solicitado y prestado.


Entonces en algún momento de la línea de tiempo apareció una simpática herramienta llamada “Encarta” una, para su momento, importante e imprescindible enciclopedia digital publicada por Microsoft. Pequeña panacea para poder acceder a información con una velocidad un poco mayor que ir a la biblioteca y además un aliciente para conseguir una que otra imagen que complemente los trabajos académicos.


Para ese momento, de la Internet claro que se hablaba, si no lo tenías en casa podías ir a los café nets, que además de ser lugares donde tenías la posibilidad de acceder a esta red de comunicaciones y conectarte con el mundo digital fuera de tu entorno físico, también era una lugar muy agradable donde tomar un capuchino, comer un postre y de pronto hasta conocer a alguien interesante.


Pero la Internet no era usada, al menos en esa primigenia realidad, cómo la empleamos hoy por hoy. En principio, esta nos servía para conectarnos y comunicarnos como decíamos, en un entorno digital con personas de lugares lejanos. ¡Vaya avance! Nos sentíamos tan modernos. Pero más allá de enviar un correo electrónico o una “e-card” a familiares y amigos o perder horas conversando en tiempo real con conocidos e incluso desconocidos por messenger de hotmail, esos jóvenes que éramos no sabíamos (lo intuíamos como todos pero, no al nivel al de ahora) el potencial de esta herramienta digital y más que nada la rapidez de su evolución.


Es luego de esa primera experiencia universitaria, en que el boom de la Internet en cuanto al acceso a la información pudo ser palpable. Entonces las redes sociales que hoy conocemos, usamos y de las que somos esclavos, iniciaban de manera escueta; los juegos, los videos y una que otra página con algo de información, nos hacían perder (¿o ganar?) horas navegando en la web, no con la misma intensidad de ahora, ya que cada minuto tenía su descargo inmediato de valor monetario.

Consecuentemente, dentro de toda la tranquilidad que brinda (o brindaba) un  acceso a la información limitado, en pocos, poquísimos meses este se volvió, a mi manera de ver, insostenible. Veníamos de una realidad en la que la información era sesgada y dependía del estudio e investigación de otros cercanos a nosotros, luego pasamos por un acceso inmediato, económico y consumista (hasta ahora tengo películas y discos de música bajados sin ningún recargo, ni siquiera el costo y dolor de cabeza de algún virus informático), para después continuar en una vorágine de desproporcionada y excesiva información y lo que es peor, a una en ocasiones muy difícil de percibir, desinformación. 


En este punto es donde ese amor basado en la dependencia a las maravillas que proporciona la web, se transforma de un momento a otro, en un odio irrefrenable; justamente por ese sentimiento de dependencia a ese amante que siempre está muy por delante de uno, que parece brindarte un apoyo, pero que sin que lo notes te consumirte y además revela a otros, los secretos de su relación.


Mi reticencia personal a estas necesarias, adictivas y ya nunca dejadas de lado tecnologías, no solo va por ese sentimiento de ser un producto que se vende al mejor postor digital y que en verdad me espeluzna y harto; sino también es por lo que a la par se les dio por inventar: la obsolescencia programada. La evolución tecnológica (maravilla del Olimpo) trae consigo un mal que pronto se está saliendo de control. Mientras el ser humano busca magnificar el acceso a la información y la versatilidad de la comunicación, también pretende que se micro dimensione (¿nano dimensione?) el soporte físico que contiene los algoritmos que dan vida a este ente, lo que conlleva a una acumulación de basura tecnológica que es difícil de desintegrar, siendo uno de los factores de mayor amenaza para el medio ambiente con un alto grado de toxicidad. 


Además otro punto que también me parece de gran relevancia tomar en cuenta, es que con estos pasos agigantados y veloces a una era “non plus ultra” digital, las brechas sociales y generacionales se van ampliando abismalmente. Muchos, dentro de nuestras realidades hablamos de una completa tecnologización, de una membresía al cero papel, de una dependencia única e imponderable a las máquinas cibernéticas, pero ¿qué sucede con ese grupo de la sociedad que su condición no le ha permitido evolucionar al mismo ritmo que los que consideramos el común de la sociedad? ¿cómo y más bien, por qué buscamos sesgar a esta colectividad, sin mirar atrás y solo pensando a dónde nos lleva el desarrollo tecnológico? 


Y ¿qué ocurre con las diferencias de conocimiento tecnológico entre  los distintos grupos etarios? El aprendizaje de la era digital es diario y continuo, lo que asimilaste ayer, poco o nada te servirá dos días después, uno se vuelve rápidamente una máquina obsoleta. Te asombras al ver un niño de dos años manejando un teléfono inteligente, te admiras y celebras cómo tu hijo de diez años puede ganar más dinero que tú compartiendo información basura en línea, pero ¿acaso te detienes a mirar que dentro de esa evolución ya no estás tú?, ¿que los jóvenes y niños, futuro de nuestra raza humana, en ese futuro se verán también segregados por una comunidad de nuevos jóvenes y así seguirá la diáspora digital hacia algo que no conocemos ni imaginamos? Sinceramente es algo que en ocasiones me quita el sueño.


¿Qué huella dejamos a nuestros hijos?

  Sé que muchos no leerán la siguiente lista de enunciados y reflexiones, pero para aquellos a los que llamé su atención, les insto a que le...