Hay dos clases de individuos.
El uno, aquel que construye poco a poco y en silencio, ayudándose de conocimientos y esfuerzos acumulados a través de los años, un puente para beneficiar al otro (entendiéndose por varios otros).
Y hay aquel que se cree el otro (entendiéndose por un único otro) y se beneficia tozudamente (aprovechador se puede leer entrelíneas) del silencioso, mientras grita a los cuatro vientos atribuciones ganadas por sorna.
Pero cuando debe dimensionar y colocar como se debe: listones de hierro, argamasa, durmientes y todo aquello con lo que se erige un puente, viene sinvergüenza a querer arrebatar sapiencias y esperar que el silencioso regurgite lo que le ha costado años experimentar, y de no hacerlo, lo lleva vendado hacia el paredón, donde acribillan su ànima-conciencia y no conformes con ello, le estampan además, la etiqueta de malo, de truhán, de fulana, de amarguete; todo esto en uno de los entremeses de la gran obra llamada vida.