Las bofetadas arrojadas por la infame vida, te enseñan a no aferrarte, a rasgarte las tripas y segundos más tarde volver a cosértelas (o cocértelas), y seguir así, rumbo a un sinsentido con cicatrices que se enquistan para nunca desaparecer.
Cada mañana, antes siquiera de poder mirar la inmensidad del techo con un solo ojo, pido a gritos tan silentes, que mi mente deje de colar ente sus dedos los recuerdos que lastiman. Pero la esencia a la que dirijo mis saetas impregnadas de súplicas al parecer carece de oídos o tal vez de corazón.
Solo espero, acurrucada bajo el árbol de desesperanzas, que el tiempo transite frente a mi avenida y me traiga aliento, mejores brisas, nuevos mañanas.
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