jueves, 21 de agosto de 2014
In sen sa tez...
La inopia llegó al punto extremo. Deudas al portador, fondos en negativo que imposibilitan el pago del plan telefónico, invitaciones con tinte de manutención, pendientes a la contribución del impuesto a la renta, sueños diluidos. Todo conjugado en un solo momento, en una sola etapa. La escasez llegó a tal, que hasta Calíopese se aburrió de rondar.
lunes, 18 de agosto de 2014
El regreso del liebre por gato
A veces la imaginación nos encripta, transportándonos por caminos paradójicamente inimaginables, soñamos sueños que no son sueños, bebemos sorbos de un vacío infinito y nos contentamos con falsas ilusiones, o a su vez, despreciamos sin saberlo, oportunidades enquistadas a la vuelta de la esquina.
Cada día, en esas espesas madrugadas, aprendemos a olvidar, cómo quien se quita la corteza de una mala borrachera; mientras que en los ocasos, cuando ya se va tiznando el cielo, nos acostumbramos a rearmar los recuerdos y ahí, justamente ahí, nos quedamos estancados, embobados, aprisionados, esperando el toque de queda que rompa el embrujo.
Qué caprichosa sensación es aquella de pensar en algo, de saber algo, de creer en algo, de hacer algo, de sentir algo y de pronto... es otro algo, no es lo que nos imaginamos, ni lo que conocemos, ni en lo que creemos, ni es lo que hacemos, ni mucho menos lo que sentimos, básicamente es en potencia todo lo contrario a lo esperado.
Y entonces se percibe una especie de angustioso malestar en todo el cuerpo, desde la carótida hasta la callosidad del talón de aquiles, una comezón en nariz, ojos y alma, que entorpece las actividades cotidianas. No preciso cuando pasa y desconozco cómo llega, solo viene, se aloja por debajo de la epidermis y nos habita, se irriga entre músculos, huesos y tendones y nos asfixia.
Cada día, en esas espesas madrugadas, aprendemos a olvidar, cómo quien se quita la corteza de una mala borrachera; mientras que en los ocasos, cuando ya se va tiznando el cielo, nos acostumbramos a rearmar los recuerdos y ahí, justamente ahí, nos quedamos estancados, embobados, aprisionados, esperando el toque de queda que rompa el embrujo.
Qué caprichosa sensación es aquella de pensar en algo, de saber algo, de creer en algo, de hacer algo, de sentir algo y de pronto... es otro algo, no es lo que nos imaginamos, ni lo que conocemos, ni en lo que creemos, ni es lo que hacemos, ni mucho menos lo que sentimos, básicamente es en potencia todo lo contrario a lo esperado.
Y entonces se percibe una especie de angustioso malestar en todo el cuerpo, desde la carótida hasta la callosidad del talón de aquiles, una comezón en nariz, ojos y alma, que entorpece las actividades cotidianas. No preciso cuando pasa y desconozco cómo llega, solo viene, se aloja por debajo de la epidermis y nos habita, se irriga entre músculos, huesos y tendones y nos asfixia.
martes, 12 de agosto de 2014
Jonás el trapecista-clavadista
Jonás siempre quiso ser un trapecista-clavadista. Aún antes de nacer. Cuando se encontraba todavía en la panza de mamá, trepaba una de las paredes uterinas, se sostenía fuerte fuerte del cordón umbilical, y en una cómica posición acuclillada, miraba toda la líquida inmensidad. Con sus pequeños deditos rosados, casi casi transparentes, tapaba sus minúsculas fosas nasales, luego, con un ademán de tomar aire, se dejaba caer... La sensación de flotar, de casi volar, de estar suspendido en medio de la nada y no caer al vacío, lo llenaba de alegría.
Fuera de la panza de mamá, la realidad era otra - uy cómo que ya quiere salir - decía su madre mientras mordía un pedazo de tela que antes fue una servilleta y ahora en minutos se había convertido en un freno paralizador o por lo menos minimizador de dolor.
Para Jonás su último clavado fue muy aturdidor. Meses antes, desde el descubrimiento de la deliciosa sensación que le producía saltar, lo había tomado como un hobby matutino. Y luego tardecino. Y luego nochecino. Pero una madrugada, más o menos a las 3:30 despertó decidido en hacer un super mega salto. Misma rutina, pero diferente emoción. Uno, dos, tres... Cayó al líquido vacío. Alegre, emocionado, había sido su mejor salto. De pronto algo raro sucedió. El nivel de su hermoso y cálido océano descendió... - Qué he hecho, lo he dañado - se dijo asustado. Entonces decidió quedarse quietecito, en la oscuridad de la nada.
La tranquilidad no duró mucho tiempo, el líquido ya casi se extinguía, se encontraba aterrado, aferrándose con todas sus fuerzas al cordón umbilical. El resto de esta historia le resultó un tanto confusa, así que con el pasar del tiempo prefirió olvidarla.
Lo que nunca olvidó fue la mágica sensación de ser un trapecista-clavadista. Pero esta profesión no era bien vista por su madre, la pobre sufría mucho. Una vez encontró a su pequeño bebé en el suelo junto a la cuna, otra "accidentalmente" cayó del sofá y en una ocasión el andador quedó patas arriba haciendo volar al pequeño Jonás por los aires. Ella se sentía una mala madre, nunca supo que era él mismo quien se aventaba, haciendo peripecias y ensayando eso que aprendió cuando era un pequeño garbancito.
En el jardín de infantes todos lo llamaban "Jonás el Increíble", y él, muy orgulloso, realizaba sus más osadas rutinas: salto libre del árbol de guabas, caminata a un solo pie por la baranda del pasamanos y el más peligroso de todos: el maravilloso brinco triple del pupitre al escritorio del maestro y luego al librero. Esperen, ustedes se preguntarán y que tiene de osado ese brinco? Pues que se lo realizaba con el profesor sentado frente al escritorio.
En ocasiones también tenía ayudantes y colaboradores humanoides y animaloides, aún cuando estos últimos lo hacían en contra de su voluntad. Fígaro, el gato del panadero, por ser un poco bizco y sufrir de astigmatismo, era su ayudante número uno. Cómo no veía venir al pequeño si no cuando ya era demasiado tarde, no le quedaba más resignación que prestarse a su disposiciones, el escapismo no era su fuerte.
- No hagas sufrir a ese pobre animal- le retaba su madre. Pero el no creía que el gato sufriera, cómo podía sufrir, si era toda una estrella, si era una especie de héroe gatuno arriesgando una de sus tantas vidas para complacer al público y a decir verdad pienso que el gato sí lo disfrutaba.
Cuando Jonás creció, dejando atrás esas mejillas rechonchas y sonrojadas que tenía, y sus piernas se fueron alargando cómo patas de flamingo; sus brincos, saltos y maromas ya no eran del todo divertidas. Parecía una hoja de hierba luisa desgarbada. Perdió a su público. Entonces entró en una gran crisis, toda su vida desde su no vida había sido un trapecista-clavadista, no sabía hacer otra cosa. Su madre le alentaba a que haga trucos de magia, que lea cuentos, que fabrique helados de colores, que ayude a su vieja abuela a desempolvar su vieja casa. Pero nada, a Jonás ninguna de estas actividades lo motivaban.
Un día caluroso de verano, Jonás iba y venía sobando con un trapito en su mano, el aparador de la cocina de su abuela, sacando cuanto polvo se acumulaba en esas épocas; antes, había colocado en el congelador las aguitas de colores que se convertirían en helados y practicaba mentalmente el truco de las barajas que debía hacer frente a su abuela y al grupo de viejitas pasas de sus amigas, que venían cada miércoles a jugar telefunke. Todo lo hacía por darle gusto a su madre y a su abuela, pero no porque lo sintiera de verdad.
Aplausos, ovación, aclamación, vitoreos. Jonás hacía las respectivas venias, -esas viejitas realmente estan sordas- pensaba mientras intentaba tapar sus oídos para no escuchar el escándalo. Una vez terminado el show, bajaba del taburete de un indeciso salto y recordaba aquellos años en que la gente lo admiraba por sus peripecias y clavados. Entonces se entristeció. Caminó al rincón arrastrando un libro de historietas, se sentó en el piso y empezó a ojear; mientras pasaba una a una las hojas, unas pequeñas y resbaladizas lágrimas amenazaban con caer por su alargado y blanquesino rostro.
Primero del uno ojo salió Rigoberta, temblorosa, cómo intentando aferrarse al lacrimal, pero al final cayó en picada. Arnulfa se demoró un tanto en seguirla desde el otro ojo, no sin antes arrastrar con ella a Zacarina, que no quería soltar las pestañas y que no tuvo más remedio que dejarse caer. Cuando las hermanitas Lentejas iban a hacer su aparición, un gigantesco puño de camisa las cortó en el acto. Al parecer las otras lágrimas que quedaban en sus ojos decidieron tomar un atajo y se dejaron resbalar por la nariz entre mocos y zollosos que fueron eliminados por la misma manga de camisa.
Qué le causaba tanto dolor a Jonás? Por qué luego de algunas risas fingidas frente a su vetusto público mientras adivinaba el número y el color de las barajas, se encontraba ahí, sentado, mojando con sus lágrimas las hojas de su libro de historietas? Lo que le aquejaba al pobre ex trapecista-clavadista, era que sus días de gloria se habían esfumado tan prontamente, sin siquiera aviso y que ahora para lo único que servía era para fabricar helados, desempolvar casas viejas, hacer tontos trucos de magia y leer desagradables libros...
Y entonces, mientras con desgano pasaba la última hoja del libro donde se encontraba dibujada por coincidencias de la vida, una trapecista-bailarina, algo sucedió, una visión, una sensación, una inexplicable emoción. Se incorporó y salió corriendo con el libro entre sus manos. Corrió con todas sus fuerzas, cruzó calles, callejones, callejas y callecitas hasta llegar a su casa. Entró y subió dando tumbos por las escaleras hasta llegar a su cuarto. Por un momento recordó las maromas que años antes hacía a diario en ese pasamanos y sonrió de medio lado.
Hizo un inspección visual profunda por toda su habitación, cómo detective que busca pistas, observó cada rincón, cada esquina, debajo de su cama, en el armario, sobre el velador, nada... Entonces un bombillo de luz clara y profunda se encendió en su mente, bajó las escaleras con palpitos de corazón y llegó a la sala, se irguió frente al viejo sillón color acre herencia de su abuelo y ahí estaba, el morral del colegio, ese que encierra aburridos cuadernos de aritmética y geografía, biología y ciencias sociales y que además guarda una caja, una cajita con un tesoro dentro, la caja de lápices de colores.
En el libro de historietas, junto a la última página impresa que contiene la trapecista-bailarina, yace una hoja en blanco, tan limpia, tan llanita y Jonás emprende un oficio que no sabía si quiera que estaba entre sus habilidades natas. Líneas por aquí, líneas por allá, un medio círculo, un círculo entero. Se esmeraba en hacer hectágonos y dodecaedros, pensaba - por fin sirve de algo lo que aprendí en geometría -. Y así sin más llenó toda la hoja de garabatos que poco a poco fue pintando y dando mejores acabados. Al poco tiempo ta taaaan! He ahí, junto a la trapecista-bailarina, tomando firmemente su mano, un larguirucho saltimbanqui, con piernas de flamingo, con brazos de zancudo y una enorme y sincera sonrisa. Era él. Tomó el libro y lo colocó sobre el atril de partituras del piano de su madre y se alejó. No podía creer lo que veía, era lo más hermoso que había visto en esos días y era suyo, él lo había creado.
Entonces inició una nueva vida de aventuras. De la biblioteca de su abuelo, cortó y robó cada última hoja en blanco de cada libro que existía, con hilo y aguja las fue hilvanando una junto a otra, hasta formar un pequeño libretín. Una vez que su cuadernillo estaba listo, empezó su viaje. Escribió y dibujó. Se sintió la persona más feliz del mundo, en las hojas transcribía lo que su mente esbozaba, y ahí estaba ella, y ahí estaba él. Las luces, el trapecio, la red, todo se encontraba ahí, si no estaba en los dibujos, estaba en las palabras, todo en lo que había soñado, atrapado entre esas hojas.
Entonces, en cierta ocasión, Rigoberta, Arnulfa Zacarina y las hermanitas Lentejas se hicieron presentes, pero esta vez estaban decididas a saltar, ya no había manga que las detenga, reían, brincaban, y esque ellas eran lágrimas,pero lágrimas de felicidad. Jonás descubrió que aún era un trapecista-clavadista, que aún podía dar grandes espectáculos y lo mejor de todo ahora tenía muchas historias que contar.
Expectativa en movimiento
Todo se derrumba ante mis petrificadas pupilas huecas.
Es muy común que a cada etapa de la vida uno le envista de cierta expectativa, uno arma ilusiones, uno dibuja mágicas sensaciones; y en un futuro próximo, uno mira hacia atrás descubriendo que en ocasiones lo que pensamos se desarrollaría de una u otra forma, llega a ser extraordinariamente mejor.
Pero hay también esos instantes, que uno los marca y los visualiza cómo exquisitos, excepcionales, asombrosos y al final, en el paso hacia los días siguientes, uno se da cuenta que todo se desmorona, se desintegra, se escapa hacia un vacío. Es en ese preciso momento cuando el dolor llega impresionante, cómo cuando uno mira al sol directamente, como cuando uno se sumerge en lo más profundo de su ser y encuentra la nada.
Expectativas... Quién las ideó. Quién insertó ese sentimiento en nuestros cuerpos. Quién maldita sea creyó que esta sensación de imaginar algo más grande de lo que parece ser nos iba a hacer felices.
En penumbras, (a manera de cliché) bebo un trago, me reclino ligeramente hacia el frente y espero que unas cuantas lágrimas se escapen y rueden ligeras por mis mejillas, logrando de esta manera minimizar el peso que siento en el centro izquierdo de mi pecho. Pero pasados unos segundos las lágrimas se niegan a salir, están ahí, sé que están porque son las culpables de ese quiebre que uno siente en la garganta; y de pronto me doy cuenta. Lo he vuelto a hacer... Una vez más en esa escasa luz, me ideé nuevas y falsas expectativas; creí sentirme mejor si lloraba, pero el infame llanto ni siquiera llegó, negándome la posibilidad de saber si sentiría o no alivio.
Es muy común que a cada etapa de la vida uno le envista de cierta expectativa, uno arma ilusiones, uno dibuja mágicas sensaciones; y en un futuro próximo, uno mira hacia atrás descubriendo que en ocasiones lo que pensamos se desarrollaría de una u otra forma, llega a ser extraordinariamente mejor.
Pero hay también esos instantes, que uno los marca y los visualiza cómo exquisitos, excepcionales, asombrosos y al final, en el paso hacia los días siguientes, uno se da cuenta que todo se desmorona, se desintegra, se escapa hacia un vacío. Es en ese preciso momento cuando el dolor llega impresionante, cómo cuando uno mira al sol directamente, como cuando uno se sumerge en lo más profundo de su ser y encuentra la nada.
Expectativas... Quién las ideó. Quién insertó ese sentimiento en nuestros cuerpos. Quién maldita sea creyó que esta sensación de imaginar algo más grande de lo que parece ser nos iba a hacer felices.
En penumbras, (a manera de cliché) bebo un trago, me reclino ligeramente hacia el frente y espero que unas cuantas lágrimas se escapen y rueden ligeras por mis mejillas, logrando de esta manera minimizar el peso que siento en el centro izquierdo de mi pecho. Pero pasados unos segundos las lágrimas se niegan a salir, están ahí, sé que están porque son las culpables de ese quiebre que uno siente en la garganta; y de pronto me doy cuenta. Lo he vuelto a hacer... Una vez más en esa escasa luz, me ideé nuevas y falsas expectativas; creí sentirme mejor si lloraba, pero el infame llanto ni siquiera llegó, negándome la posibilidad de saber si sentiría o no alivio.
miércoles, 6 de agosto de 2014
Teatralizando el día
Exámenes de laboratorio.
Escena 1era: 11pm. La noche antes del día pactado. Mi habitación, el lado izquierdo de mi cama.
- Revisión de la hora de cita en el laboratorio: 7am. Listo
- Cómo llegar al centro médico que está al otro lado de la ciudad? Paso 1: Madrugar. Paso 2: Mi querido novio madrugará también y me pasará viendo en su auto a las 6:15am. Listo.
- Poner la alarma a las 5:30am. Listo.
- Escribir una nota mental de no comer nada en la mañana. Listo.
- Escribir una nota mental de no bañarme en la mañana para no perder tiempo. Listo
- Asegurarme de trenzar bien mi cabello para que no sea una batalla campal el peinarlo al día siguiente. Listo
- Dejar preparado el "outfit" (en mis tiempos era la mudada o simplemente la ropa) que me voy a poner. Listo
- Guardar en mi bolso el papelito del laboratorio que me asigna un turno y sin el cual no me atenderán. Listo
Y de pronto, cuando estas ideas rondan vagas y pesadas en mi cabeza, sucede. Pum! La sinapsis hace su trabajo. Primero un ligero estallido en mi cerebro, el mismo que mediante impulsos nerviosos, llega a corazón y estómago simultáneamente, para luego terminar en un abrupto abrir de mis ojos, bueno de uno de ellos. Me incorporo y no lo puedo creer, ese mismo instante escribo a mi novio diciéndole que ya no es necesario madrugar, que ya no iría al laboratorio, que ya todo estaba perdido.
Había pasado casi media semana planeando esta cita, un poco ansiosa, inclusive pensando en los resultados y lo que diría el médico al día siguiente del día siguiente. Creía que ya estaba todo asegurado. Y mientras desbarato el armario del baño casi a la media noche, me increpo el haber sido tan tonta y olvidar algo tan básico: comprar el frasco para la muestra...
Luego de la incansable búsqueda, que sirvió para encontrar dos cajas "cerradas" de curitas que debieron haber sido compradas hace tiempo y que me hubiesen servido muy bien el mes pasado, cuando tuve que aguantarme ese dolorcito rico que produce el corte del papel en los dedos; me doy por vencida. No hay ni un solo frasquito para la muestra.
Vuelvo a recostarme y pienso en que al otro día debo llamar para cancelar mi cita médica que es para el día siguiente del día siguiente, ya que cuál sería el sentido de ir sin los resultados de laboratorio. Pero nuevamente el cerebrito me escupe ideas y pensamientos. Puedo buscar mañana en la madrugada una farmacia, comprar el dichoso frasco y encarrilar nuevamente el tren. Entonces vuelvo a escribir a mi novio, sé que aún no lee el otro mensaje y que los dos le llegarán en la mañana. En ese instante caigo como un tronco.
Al otro día, bueno ese día exactamente 5 horas después, un brrm me despierta. Nop. no era la alarma, es un mensaje de mi amor preguntándome (o preguntándose?) si va o no a recogerme. Le digo que sí, que primero debemos pasar por una farmacia (rogando que alguna esté abierta a esas horas) y comprar el frasquito. Sin poder reconciliar el sueño, (y qué más da si solo falta media hora para que suene la alarma) me levanto, me arreglo y espero.
Escena 2da: 6:02 am. Sentada en el sillón de la sala. Cómo nunca lista antes de la hora. Mensaje de mi amor, está abajo esperándome.
Salgo como loca, corriendo como si se tratase de no perder un vuelo internacional, luchando un poco con mi perro que no aún no come y que me ruega a mordiscos que lo alimente. Al final logro esquivar los obstáculos y salgo. Me subo al auto, beso de buenos días y tour a la farmacia más cercana (o a una que esté abierta en el camino).
El viaje es lindo, escuchando aventuras inimaginables de una noche de frijoles y supongo ají, que dejaron huella en los sueños de mi chico. Al final no supe si fue un sueño muy loco o si se trataba de una ligera pesadilla.
Próximos al destino, rebusco en mi bolso mi monedero, no sin antes hacerme espacio sacando las cosas del mismo. Lo encuentro y vuelvo a meter todas mis cosas menos una, que al bajarme del auto, veo a través de la ventana. Haciendo señas, le indico a mi chico que he dejado sobre el asiento mis llaves. Voy y regreso casi al instante. La farmacia está cerrada, solo atiende desde el auto.
Al final logramos comprar el frasquito plástico. Vamos hacia el verdadero destino, el laboratorio médico. Nos despedimos, entro rápidamente en busca de un baño y al llegar veo la puerta con la internacionalmente conocida muñequita, cerrada. Pienso este es el fin, pero ligeramente giro la perilla y "voilá" se abrió. Desarrugo mi lista mental y pongo el imaginario visto junto al ítem "comprar el frasco para la muestra". Vuelvo a arrugar la lista y la boto en el imaginario basurero.
Escena 3era: 7:20am. Sala de espera del laboratorio, a seis personas (turnos) de la entrada del laboratorio, a 40 minutos de que empiecen la atención, a 5% de que se acabe la batería del celular, a 4 partes para completar la sección 9 de mis clases de portugués on line, a 8 canciones de 4 minutos aproximadamente (en mi mp3 retro) de que me atiendan...
Suena el teléfono, mi novio. Olvidé coger mis llaves que dejé tiradas sobre el asiento del auto, todo por vaciar mi bolso para encontrar mi monedero y pagar el frasquito de muestra. Y ahí mismo se dibuja en mi mente la frase resumen (hecho por mí) de mi chico "debes asignar un compartimento dentro de tus carteras para cada objeto, de esta manera siempre sabrás donde están y no pasaremos por estos ratos de micro infarto". Pero no es tan fácil, no para la mayoría de las mujeres. Considero que este es un tema de género. Y así sin más sigo esperando a que me atiendan.
Suena el teléfono, mi novio. Olvidé coger mis llaves que dejé tiradas sobre el asiento del auto, todo por vaciar mi bolso para encontrar mi monedero y pagar el frasquito de muestra. Y ahí mismo se dibuja en mi mente la frase resumen (hecho por mí) de mi chico "debes asignar un compartimento dentro de tus carteras para cada objeto, de esta manera siempre sabrás donde están y no pasaremos por estos ratos de micro infarto". Pero no es tan fácil, no para la mayoría de las mujeres. Considero que este es un tema de género. Y así sin más sigo esperando a que me atiendan.
Finalmente. - Número 8 - , grita la señorita del lab. Y me digo internamente - pero si yo estaba sexta o séptima -, así que me colo por entre la gente. Entrego mi papelito y me dice - usted es la 9 -. Entonces espero; sentada, observando los rostros de los otros pacientes.
Frente a mí una señora, le despojan de sus zapatos... problemas de hongos. A mi derecha en una especie de micro sala de espera una chica y un señor sosteniendo el algodoncito para después del piquete. Junto a mí el paciente 8. Siguiente. Esa soy yo. Preparan mi brazo. Sacan de un compartimento dos tubos de ensayo para las muestras de sangre. Etiquetan. Me colocan el algodoncito y espero. Numero 10. Un señor de unos 50 años, normal, comun, básico. Pero de pronto... La licenciada no encuentra su vena. Le pide el otro brazo. Nada, venas invisibles. Le pregunta que de cual brazo le suelen sacar sangre. Dice que es su primera vez. Me sonrió maliciosamente y me pregunto cómo pudo pasar toda su vida sin haber sido pinchado para sacar sangre ni una sola vez.
En el sitio donde estaba sentada antes, el licenciado, interponiendose entre otro paciente y mi vista, prepara su brazo. Alcanzo a ver solo sus pies, que se bambolean ligeramente de izquierda a derecha, mientras el laboratorista (licenciado) le solicita que no se mueva porque se le pierde la vena y no puede sacar más sangre. Nada. Parece que no es con él, sus pies siguen moviéndose casi de forma mínimamente epiléptica. Se vuelve a escuchar la solicitud más fuerte. La misma escena. Ahora la solicitud es iracunda y de así sin más, el laboratista deja (arroja) el tubo de esnayo sobre la mesa y prefiere ir hacia mí a revisar mi algodoncito y ponerme un curita circular. Ya puedo irme.
Escena 4ta: 7:30 am. Autobús tipo cafetera. Día frío. 45 minutos de viaje.
Una vez en el asiento del bus, con los audífonos en su sitio y la mirada que se fuga por la ventana, ruego que haya alguien que me pueda abrir la casa, de lo contrario tendré que ir al trabajo de mi novio a buscar las olvidadas llaves. Recibo la llamada, si hay quien pueda abrirme.
Escena 5ta: 8:15 am. Casa.
Llego, desayuno y vuelvo a salir, esta vez en bici y con mi perro.
Escena 6ta: 9:00 am. Parquepuerto, día frío y sombrío, felicidad con el perruno. Posterior regreso a casa.
Jugamos, nos divertimos, pasamos el rato, lo acaricio, me lengüetea, disfrutamos. Nos vamos. Lo dejo en casa y regreso al parque para tomar un atajo al trabajo de mi novio. Lo veo de nuevo, se me ilumina el rostro, retiro mis llaves, me entero que debe trabajar hasta tarde, me entristezco y siento una ligera rabia, me resigno, vuelvo a casa para organizar mi día que ya se va convirtiendo en tarde, almuerzo algo ligero, leo algunos mails, reviso uno que otro trabajo, chateo un poco y me dedico a escribir.
Entre uno y otro chat un amigo sugiere lanzarnos de un puente. En principio no lo creo, luego parece convincente, luego lo imagino , y pregunto los motivos. No los tengo muy claros solo sé que si van más de tres hay una especie de descuento. Continúo indagando respecto al tema y de pronto con mis preguntas y observaciones doy a conocer mi ignorancia en el asunto. - Nunca te habrás lanzado? Si es súper seguro. Una bestia de experiencia, tienes que hacerlo-. Y entonces recordé al señor del laboratorio, ese que tenía venas invisibles, y mi sonrisa maliciosa del pasado se borró. Entonces se transparentó mi mente: también hay cosas que a mis treinta y pico casi 3 no he hecho. Y en este mismísmo punto no sé si esto me entristece o me llena de alegría. Es raro, por no decir complicado y complejo, que a estas alturas de la vida, no haya hecho tantas cosas que alguna vez quise o no hacer. Pero al mismo tiempo es cómo si me llenara de vitalidad y fluidez espiritual el pensar que aún las puedo o no hacer. Y me emociona saber que aún tengo tantas primeras veces, pero a la vez eso me aterra y sugiero a mi cerebro hacer una tregua.
Escena... ya perdí la cuenta: 10:42pm. Fin del día pactado, un día antes del día siguiente del siguiente día.
Me escurro entre las cobijas, hoy fue un día gris de felicidad, mi familia regresó de su viaje, y todo fue perfecto, salimos a comer, conversamos, nos reímos, ahora me preparo para mañana los resultados.
Fin del comunicado.
Escena 4ta: 7:30 am. Autobús tipo cafetera. Día frío. 45 minutos de viaje.
Una vez en el asiento del bus, con los audífonos en su sitio y la mirada que se fuga por la ventana, ruego que haya alguien que me pueda abrir la casa, de lo contrario tendré que ir al trabajo de mi novio a buscar las olvidadas llaves. Recibo la llamada, si hay quien pueda abrirme.
Escena 5ta: 8:15 am. Casa.
Llego, desayuno y vuelvo a salir, esta vez en bici y con mi perro.
Escena 6ta: 9:00 am. Parquepuerto, día frío y sombrío, felicidad con el perruno. Posterior regreso a casa.
Jugamos, nos divertimos, pasamos el rato, lo acaricio, me lengüetea, disfrutamos. Nos vamos. Lo dejo en casa y regreso al parque para tomar un atajo al trabajo de mi novio. Lo veo de nuevo, se me ilumina el rostro, retiro mis llaves, me entero que debe trabajar hasta tarde, me entristezco y siento una ligera rabia, me resigno, vuelvo a casa para organizar mi día que ya se va convirtiendo en tarde, almuerzo algo ligero, leo algunos mails, reviso uno que otro trabajo, chateo un poco y me dedico a escribir.
Entre uno y otro chat un amigo sugiere lanzarnos de un puente. En principio no lo creo, luego parece convincente, luego lo imagino , y pregunto los motivos. No los tengo muy claros solo sé que si van más de tres hay una especie de descuento. Continúo indagando respecto al tema y de pronto con mis preguntas y observaciones doy a conocer mi ignorancia en el asunto. - Nunca te habrás lanzado? Si es súper seguro. Una bestia de experiencia, tienes que hacerlo-. Y entonces recordé al señor del laboratorio, ese que tenía venas invisibles, y mi sonrisa maliciosa del pasado se borró. Entonces se transparentó mi mente: también hay cosas que a mis treinta y pico casi 3 no he hecho. Y en este mismísmo punto no sé si esto me entristece o me llena de alegría. Es raro, por no decir complicado y complejo, que a estas alturas de la vida, no haya hecho tantas cosas que alguna vez quise o no hacer. Pero al mismo tiempo es cómo si me llenara de vitalidad y fluidez espiritual el pensar que aún las puedo o no hacer. Y me emociona saber que aún tengo tantas primeras veces, pero a la vez eso me aterra y sugiero a mi cerebro hacer una tregua.
Escena... ya perdí la cuenta: 10:42pm. Fin del día pactado, un día antes del día siguiente del siguiente día.
Me escurro entre las cobijas, hoy fue un día gris de felicidad, mi familia regresó de su viaje, y todo fue perfecto, salimos a comer, conversamos, nos reímos, ahora me preparo para mañana los resultados.
Fin del comunicado.
martes, 5 de agosto de 2014
"9 meses" o "Diatriba de una historia sin título"
Qué caso tiene...
Hoy estoy de 9 meses... Ha transcurrido un tiempo largo y tedioso, con sus altibajos, más bajos (en algunos aspectos) últimamente.
Haciendo una ligera revisión técnica hacia un pasado cercano, mi mente sugiere hacerme la siguiente pregunta: "porqué esa desidia?", a lo que yo respondo con un ya muy conocido en mí: no lo sé.
Que si dudo de mis aptitudes?
Bueno un poco y me temo pensar que ahí está el error, que no es la falta de destrezas lo que me impide realizar oficio de interés, si no la falta de actitud.
Y es ahí donde todo se puede ver resumido en un movimiento helicoidal sin fin: no tengo el suficiente temperamento positivo, no realizo ese algo que trasciende, me bajoneo por no lograrlo y mi autoconfianza se derrumba, entonces vuelvo a no obtener ese algo que trasciende y nuevamente las hélices vuelven a zumbar.
Sé que no soy protagonista de un melodrama de fin de siglo y que no soy la única (pieza rara) que en este micro segundo está pasando por esto. Pero me insensibilizo con los demás; no me importan, me tienen sin cuidado, me vale tres &*%$%^$^*. Lo que yo quiero es mi propio e intransferible bienestar, pero por más que lucho contra ello, parece que por mis propias manos y como para darle un toque de intriga a la trama, incorporo una especie de boicot que me devuelve a esta malsana mediocridad.
Bien, el día ya casi está a la mitad. Esperanzada en que este sea un síntoma pasajero y se extinga en las horas siguientes, suscribo de quien lea no sin antes hacer reverencia de su tiempo bien o mal invertido.
Hoy estoy de 9 meses... Ha transcurrido un tiempo largo y tedioso, con sus altibajos, más bajos (en algunos aspectos) últimamente.
Haciendo una ligera revisión técnica hacia un pasado cercano, mi mente sugiere hacerme la siguiente pregunta: "porqué esa desidia?", a lo que yo respondo con un ya muy conocido en mí: no lo sé.
Que si dudo de mis aptitudes?
Bueno un poco y me temo pensar que ahí está el error, que no es la falta de destrezas lo que me impide realizar oficio de interés, si no la falta de actitud.
Y es ahí donde todo se puede ver resumido en un movimiento helicoidal sin fin: no tengo el suficiente temperamento positivo, no realizo ese algo que trasciende, me bajoneo por no lograrlo y mi autoconfianza se derrumba, entonces vuelvo a no obtener ese algo que trasciende y nuevamente las hélices vuelven a zumbar.
Sé que no soy protagonista de un melodrama de fin de siglo y que no soy la única (pieza rara) que en este micro segundo está pasando por esto. Pero me insensibilizo con los demás; no me importan, me tienen sin cuidado, me vale tres &*%$%^$^*. Lo que yo quiero es mi propio e intransferible bienestar, pero por más que lucho contra ello, parece que por mis propias manos y como para darle un toque de intriga a la trama, incorporo una especie de boicot que me devuelve a esta malsana mediocridad.
Bien, el día ya casi está a la mitad. Esperanzada en que este sea un síntoma pasajero y se extinga en las horas siguientes, suscribo de quien lea no sin antes hacer reverencia de su tiempo bien o mal invertido.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
¿Qué huella dejamos a nuestros hijos?
Sé que muchos no leerán la siguiente lista de enunciados y reflexiones, pero para aquellos a los que llamé su atención, les insto a que le...

-
La obra de Caravaggio, su influencia en el pensamiento religioso de la época y en su propia vida. INTRODUCCIÓN Europa siglo...
-
Enclavado en el lugar denominado por Carlos I de España como Villa Imperial de Potosí, se avista imponente hasta nuestros días el Cerro Ric...
-
Hoy precisamente hoy se reúnen en sus minúsculas realidades todos esos (incluyéndome)que aseguran que hoy hace años A no nos conquistaron. ...