domingo, 8 de abril de 2012

EL TRAJE DE LOS TREINTA




Es muy probable, casi un hecho fáctico y fatídico, que el traje de los treinta inconvenientemente no está hecho a mi medida.
Cuan largas las mangas de la responsabilidad, que las puntas de mis dedos apenas pueden respirar un hilo de desenfreno al correr; que asfixiante el cuello de felpa de la madurez, que me extrangula y me censura cuando a mi boca vienen ideas no muy convencionales; que cortas me quedan las bastas de la esperanza, que hacen que la incertidumbre me cale frío en los huesos.
No está hecho para mí, no me acostumbro a él, hasta podría pensarse se han equivocado y me han dado otro pero no, es real, es muy mío.  Por más que me esfuerzo por lucirlo en todo su esplendor, solo el espejo de la inexperiencia me revela la verdad, pobres andrajos mal llevados.
Y  lo cuelgo en el armario de la resignación, trato de no verlo, de obviarlo, pero no es posible,  lo retomo al sentirme integramente desnuda y vulnerable, y vuelve a incomodarme, me fastidia, me causa escozor.
En ocasiones desempolvo el viejo traje de los veinte y lo uso como si se tratase de un disfraz que me rehuso a tirar. Y es que en éste me siento mejor, todo desprolijo, libre, impredescible, muy a mi manera.
Y pasan los años como días y sé que tarde o temprano ya no me veré bien en él y eso me entristece, tendré que a fuerzas usar los treinta a mi conveniencia, de pronto arremangarlo, modificarlo, hacerle un corte por aquí, otro por allá, usar retazos de viejos tiempos para acomodarlo a mi gusto y es muy probable que cuando a regañadientes ya me acostumbre a él, cuando empiece a verme exquisita y sepa llevarlo con galantería,  deba cambiarlo por otro....Que irreparable es el paso del tiempo.
8-4-12

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