Exámenes de laboratorio.
Escena 1era: 11pm. La noche antes del día pactado. Mi habitación, el lado izquierdo de mi cama.
Mientras el sueño va apoderándose de mí, con los ojos cerrados pero aún sin descanso, me aseguro de que todo esté correctamente calculado para el día siguiente: mi cita al laboratorio. Fabrico una lista mental de los pasos a seguir y voy marcando con un visto imaginario cada uno de ellos:
- Revisión de la hora de cita en el laboratorio: 7am. Listo
- Cómo llegar al centro médico que está al otro lado de la ciudad? Paso 1: Madrugar. Paso 2: Mi querido novio madrugará también y me pasará viendo en su auto a las 6:15am. Listo.
- Poner la alarma a las 5:30am. Listo.
- Escribir una nota mental de no comer nada en la mañana. Listo.
- Escribir una nota mental de no bañarme en la mañana para no perder tiempo. Listo
- Asegurarme de trenzar bien mi cabello para que no sea una batalla campal el peinarlo al día siguiente. Listo
- Dejar preparado el "outfit" (en mis tiempos era la mudada o simplemente la ropa) que me voy a poner. Listo
- Guardar en mi bolso el papelito del laboratorio que me asigna un turno y sin el cual no me atenderán. Listo
Y de pronto, cuando estas ideas rondan vagas y pesadas en mi cabeza, sucede. Pum! La sinapsis hace su trabajo. Primero un ligero estallido en mi cerebro, el mismo que mediante impulsos nerviosos, llega a corazón y estómago simultáneamente, para luego terminar en un abrupto abrir de mis ojos, bueno de uno de ellos. Me incorporo y no lo puedo creer, ese mismo instante escribo a mi novio diciéndole que ya no es necesario madrugar, que ya no iría al laboratorio, que ya todo estaba perdido.
Había pasado casi media semana planeando esta cita, un poco ansiosa, inclusive pensando en los resultados y lo que diría el médico al día siguiente del día siguiente. Creía que ya estaba todo asegurado. Y mientras desbarato el armario del baño casi a la media noche, me increpo el haber sido tan tonta y olvidar algo tan básico: comprar el frasco para la muestra...
Luego de la incansable búsqueda, que sirvió para encontrar dos cajas "cerradas" de curitas que debieron haber sido compradas hace tiempo y que me hubiesen servido muy bien el mes pasado, cuando tuve que aguantarme ese dolorcito rico que produce el corte del papel en los dedos; me doy por vencida. No hay ni un solo frasquito para la muestra.
Vuelvo a recostarme y pienso en que al otro día debo llamar para cancelar mi cita médica que es para el día siguiente del día siguiente, ya que cuál sería el sentido de ir sin los resultados de laboratorio. Pero nuevamente el cerebrito me escupe ideas y pensamientos. Puedo buscar mañana en la madrugada una farmacia, comprar el dichoso frasco y encarrilar nuevamente el tren. Entonces vuelvo a escribir a mi novio, sé que aún no lee el otro mensaje y que los dos le llegarán en la mañana. En ese instante caigo como un tronco.
Al otro día, bueno ese día exactamente 5 horas después, un brrm me despierta. Nop. no era la alarma, es un mensaje de mi amor preguntándome (o preguntándose?) si va o no a recogerme. Le digo que sí, que primero debemos pasar por una farmacia (rogando que alguna esté abierta a esas horas) y comprar el frasquito. Sin poder reconciliar el sueño, (y qué más da si solo falta media hora para que suene la alarma) me levanto, me arreglo y espero.
Escena 2da: 6:02 am. Sentada en el sillón de la sala. Cómo nunca lista antes de la hora. Mensaje de mi amor, está abajo esperándome.
Salgo como loca, corriendo como si se tratase de no perder un vuelo internacional, luchando un poco con mi perro que no aún no come y que me ruega a mordiscos que lo alimente. Al final logro esquivar los obstáculos y salgo. Me subo al auto, beso de buenos días y tour a la farmacia más cercana (o a una que esté abierta en el camino).
El viaje es lindo, escuchando aventuras inimaginables de una noche de frijoles y supongo ají, que dejaron huella en los sueños de mi chico. Al final no supe si fue un sueño muy loco o si se trataba de una ligera pesadilla.
Próximos al destino, rebusco en mi bolso mi monedero, no sin antes hacerme espacio sacando las cosas del mismo. Lo encuentro y vuelvo a meter todas mis cosas menos una, que al bajarme del auto, veo a través de la ventana. Haciendo señas, le indico a mi chico que he dejado sobre el asiento mis llaves. Voy y regreso casi al instante. La farmacia está cerrada, solo atiende desde el auto.
Al final logramos comprar el frasquito plástico. Vamos hacia el verdadero destino, el laboratorio médico. Nos despedimos, entro rápidamente en busca de un baño y al llegar veo la puerta con la internacionalmente conocida muñequita, cerrada. Pienso este es el fin, pero ligeramente giro la perilla y "voilá" se abrió. Desarrugo mi lista mental y pongo el imaginario visto junto al ítem "comprar el frasco para la muestra". Vuelvo a arrugar la lista y la boto en el imaginario basurero.
Escena 3era: 7:20am. Sala de espera del laboratorio, a seis personas (turnos) de la entrada del laboratorio, a 40 minutos de que empiecen la atención, a 5% de que se acabe la batería del celular, a 4 partes para completar la sección 9 de mis clases de portugués on line, a 8 canciones de 4 minutos aproximadamente (en mi mp3 retro) de que me atiendan...
Suena el teléfono, mi novio. Olvidé coger mis llaves que dejé tiradas sobre el asiento del auto, todo por vaciar mi bolso para encontrar mi monedero y pagar el frasquito de muestra. Y ahí mismo se dibuja en mi mente la frase resumen (hecho por mí) de mi chico "debes asignar un compartimento dentro de tus carteras para cada objeto, de esta manera siempre sabrás donde están y no pasaremos por estos ratos de micro infarto". Pero no es tan fácil, no para la mayoría de las mujeres. Considero que este es un tema de género. Y así sin más sigo esperando a que me atiendan.
Finalmente. - Número 8 - , grita la señorita del lab. Y me digo internamente - pero si yo estaba sexta o séptima -, así que me colo por entre la gente. Entrego mi papelito y me dice - usted es la 9 -. Entonces espero; sentada, observando los rostros de los otros pacientes.
Frente a mí una señora, le despojan de sus zapatos... problemas de hongos. A mi derecha en una especie de micro sala de espera una chica y un señor sosteniendo el algodoncito para después del piquete. Junto a mí el paciente 8. Siguiente. Esa soy yo. Preparan mi brazo. Sacan de un compartimento dos tubos de ensayo para las muestras de sangre. Etiquetan. Me colocan el algodoncito y espero. Numero 10. Un señor de unos 50 años, normal, comun, básico. Pero de pronto... La licenciada no encuentra su vena. Le pide el otro brazo. Nada, venas invisibles. Le pregunta que de cual brazo le suelen sacar sangre. Dice que es su primera vez. Me sonrió maliciosamente y me pregunto cómo pudo pasar toda su vida sin haber sido pinchado para sacar sangre ni una sola vez.
En el sitio donde estaba sentada antes, el licenciado, interponiendose entre otro paciente y mi vista, prepara su brazo. Alcanzo a ver solo sus pies, que se bambolean ligeramente de izquierda a derecha, mientras el laboratorista (licenciado) le solicita que no se mueva porque se le pierde la vena y no puede sacar más sangre. Nada. Parece que no es con él, sus pies siguen moviéndose casi de forma mínimamente epiléptica. Se vuelve a escuchar la solicitud más fuerte. La misma escena. Ahora la solicitud es iracunda y de así sin más, el laboratista deja (arroja) el tubo de esnayo sobre la mesa y prefiere ir hacia mí a revisar mi algodoncito y ponerme un curita circular. Ya puedo irme.
Escena 4ta: 7:30 am. Autobús tipo cafetera. Día frío. 45 minutos de viaje.
Una vez en el asiento del bus, con los audífonos en su sitio y la mirada que se fuga por la ventana, ruego que haya alguien que me pueda abrir la casa, de lo contrario tendré que ir al trabajo de mi novio a buscar las olvidadas llaves. Recibo la llamada, si hay quien pueda abrirme.
Escena 5ta: 8:15 am. Casa.
Llego, desayuno y vuelvo a salir, esta vez en bici y con mi perro.
Escena 6ta: 9:00 am. Parquepuerto, día frío y sombrío, felicidad con el perruno. Posterior regreso a casa.
Jugamos, nos divertimos, pasamos el rato, lo acaricio, me lengüetea, disfrutamos. Nos vamos. Lo dejo en casa y regreso al parque para tomar un atajo al trabajo de mi novio. Lo veo de nuevo, se me ilumina el rostro, retiro mis llaves, me entero que debe trabajar hasta tarde, me entristezco y siento una ligera rabia, me resigno, vuelvo a casa para organizar mi día que ya se va convirtiendo en tarde, almuerzo algo ligero, leo algunos mails, reviso uno que otro trabajo, chateo un poco y me dedico a escribir.
Entre uno y otro chat un amigo sugiere lanzarnos de un puente. En principio no lo creo, luego parece convincente, luego lo imagino , y pregunto los motivos. No los tengo muy claros solo sé que si van más de tres hay una especie de descuento. Continúo indagando respecto al tema y de pronto con mis preguntas y observaciones doy a conocer mi ignorancia en el asunto. - Nunca te habrás lanzado? Si es súper seguro. Una bestia de experiencia, tienes que hacerlo-. Y entonces recordé al señor del laboratorio, ese que tenía venas invisibles, y mi sonrisa maliciosa del pasado se borró. Entonces se transparentó mi mente: también hay cosas que a mis treinta y pico casi 3 no he hecho. Y en este mismísmo punto no sé si esto me entristece o me llena de alegría. Es raro, por no decir complicado y complejo, que a estas alturas de la vida, no haya hecho tantas cosas que alguna vez quise o no hacer. Pero al mismo tiempo es cómo si me llenara de vitalidad y fluidez espiritual el pensar que aún las puedo o no hacer. Y me emociona saber que aún tengo tantas primeras veces, pero a la vez eso me aterra y sugiero a mi cerebro hacer una tregua.
Escena... ya perdí la cuenta: 10:42pm. Fin del día pactado, un día antes del día siguiente del siguiente día.
Me escurro entre las cobijas, hoy fue un día gris de felicidad, mi familia regresó de su viaje, y todo fue perfecto, salimos a comer, conversamos, nos reímos, ahora me preparo para mañana los resultados.
Fin del comunicado.